sábado, 22 de abril de 2017

Melilla: ciudad de ciudadelas


Foto Maite Melilla
En la parte oriental de la cadena montañosa marroquí del Rif, a orillas del mar Mediterráneo, donde termina África, mira Melilla de frente las costas de España. Por aquí caminaron los primeros homínidos. El Norte de África era húmedo. Poblaban sus bosques y sabanas hipopótamos, rinocerontes, elefantes y jirafas. Aquellas razas "pre-neardenthales", de cuya cultura y tecnología hay restos en Casablanca, Rabat y Tánger, evolucionaron. La repentina desecación del clima provocó un brusco cambio en el ecosistema.
Baluarte del Caballero de la Concepción
El norte de África quedó aislado entre el mar y el desierto del Sahara. A esa época se remontan los yacimientos más antiguos de Melilla, ubicados en las inmediaciones del monte Gurugú. Los restos neolíticos hay que buscarlos algo más lejos, a unos 30 kilómetros de la ciudad, en Punta Negri.
Son los fenicios, ese pueblo mercante mediterráneo dedicado, según Homero, a comerciar y raptar entre los pueblos de las islas, quienes inauguran la historia de Melilla. Ellos traen el alfabeto, vino, cedro, artes de navegación.... Y se llevan, probablemente, metales.
Anochecer desde el puerto
Los fenicios, así apodados por el color púrpura con que teñían sus ropas, emprendieron la colonización de las costas mediterráneas, desde su natal Fenicia, en el actual Líbano, a lo largo de los siglos comprendidos entre el 1200 y el 332 a.C. Hasta ese momento, el antiguo pueblo semita engrandeció el comercio marítimo llevando y trayendo mercancías en sus panzudas embarcaciones, de un lugar a otro, fundando factorías y colonias.
El establecimiento fenicio en Melilla, con seguridad posterior al siglo V a.C., tuvo, muy probablemente su razón fundamental en la geografía, favorable al cabotaje. El enclave poseía, muy visible, como referencia, el cabo de Tres Forcas. Los vientos dominantes de poniente y levante permitían allí escoger el fondeadero de Melilla o el de Cazaza.
Fachada de la escuela de arte
Los atractivos de la zona, a ojos de los fenicios, no debieron limitarse a sus facultades logísticas. Los fenicios practicaban la navegación de altura, es decir, prescindiendo de la referencia de la costa, varios siglos antes de la fundación melillense, navegando, de hecho, sin dificultad, las 235 millas que separan Orán de Gibraltar. De manera que si varaban en Melilla sus barcos debía ser por algo más que hacer noche. De su permanencia ha dejado el tiempo como testimonio la necrópolis del cerro de San Lorenzo.
Rusadir pasó, a partir del siglo VI a.C. a manos cartaginesas. Los romanos, poco después, acuñaron allí moneda. Solo en la excavación (abierta a las visitas) de la Casa del Gobernador, se han hallado en las últimas campañas: un patio con un pozo central, más de 50.000 fragmentos de material cerámico, 15 tipos de Ánforas, una zona de viviendas del siglo II a.C. y gran número de monedas.
Playa de los Carabos (Foto Merche Barrutia)
Del orden de magnitud histórica de este periodo de esplendor, que Melilla vivió como parte de la provincia Mauritania Tingitana, dan idea la excavaciones arqueológicas de Melilla la Vieja, que posiblemente pronto se convierta en pueblo-museo.
El rastro de la historia se difumina a la caída del Imperio Romano, si bien es seguro el asalto y quema llevado a cabo por los vándalos, en el año 429. De la ciudad únicamente el nombre fenicio resiste los asaltos y la decadencia hasta época islámica.

Árabes y Bereberes
Faro de la ciudad (Foto Merche Barrutia)
A finales del siglo VII, frente al invasor Árabe. Narran aquellas crónicas la ferocidad de aquel pueblo y la valentía sobrehumana de su guía Cahína, la hechicera. El pueblo en cuestión, los bereberes, procedían probablemente, de la población prehistórica que habitaba en el Sáhara, llegados hasta estas costas cuando su tierra natal inició, hacia el 6000 a.C., su desertización.
Puerto de Melilla
La migración les impulsa hasta la península Ibérica, donde dejan en herencia su cultura, rastreable en la lengua y sus pinturas esquemáticas. Esto significa que antes de la invasión Árabe ya acusaba el peninsular de la futura España en su genealogía económica, social cultural y étnica, rasgos africanos.
Rusadir pasa a ser Melilla, del sustantivo Melil (fiebre), es decir, para siempre, La Febril. Los bereberes derrotados, huidos de Melilla en los albores del octavo siglo de nuestra era escogen como refugio las montañas del Rif, un relieve propicio para continuar la resistencia. Se les conoce por su costumbre de rasurarse la cabeza, usar chilaba y comer cuscús. Estas y otras costumbres, oficios, sistemas económicos y lengua, sin embargo, aglutinan a diversos y muy numerosos grupos étnicos. El amazigh (bereber es un término griego que significa bárbaro) es –según Guillermo Alonso Meneses- “tan pronto un como un almohade, un almorávide, un zenata, un rifeño o un kabilio; tan pronto es rubio con ojos claros como de piel oscura o negra y pelo rizadísimo.”
Mezquita del rastro
Sea como fuere, a partir del siglo VII en que el Islam comienza a difundirse, el sustrato cultural amazigh sufre significativas transformaciones. Tras el primer contacto, la arabización tendría una segunda fase coincidiendo con la llegada de los beduinos en el siglo XI y una tercera, a partir del siglo XV, con la llegada a la zona de gran número de andalusíes.
Pero volviendo donde estábamos, Melilla es ahora islámica, crece y se hace próspero lugar de comercio, mas su emplazamiento costero atrae a los vikingos que en el siglo IX la arrasan. Casi cien años tarda en levantarse, después del terrible asalto, hasta que las tropas del califa Abd- al-Rahmán III, en el año 926, la incorporan al califato de Córdoba.
En el siglo XIII la ciudad pasa a manos de los meriníes de Fez. En los siglos XIV y XV sucesivas contiendas entre los sultanes de Tremencén y Fez arrastran a Melilla a un nuevo periodo de decadencia y desidia.

Ocupación Cristiana
Cuevas del conventillo
Cuenta el cronista de la casa ducal de Medina Sidonia que un día despejado del mes septiembre del año 1497, los marineros de la tropa española “se detuvieron en el mar para no llegar de día, e allegando la noche, la primera cosa que hizieron fué sacar a tierra un enmaderamiento de vigas que se encaxavan e tablazón que llevavan hecho de Hespaña. E trabaxaron toda la noche de lo hacer e poner a la redonda de la muralla derribada a la parte de fuera, donde andaban los alárabes... que cuando el otro día amaneció, los moros alárabes que andaban por los campos que avian visto el día antes Melilla asolada e la vieron amanecer con muros e torres, e sonar a tambores e tirar artillería, no tuvieron pensamiento que estuvieran en ella cristianos sino diablos, e huyeron de aquella comarca a contar por los pueblos cercanos lo que avían visto."
Melilla la Vieja
El capitán Gómez Suárez, primer alcaide de Melilla, y los que le suceden, tras la conquista, concentran sus esfuerzos, y una gran parte de los recursos económicos, en dotar a la ciudad de fuertes defensas. Hasta tal extremo alcanzan las inversiones que, en 1556, los duques renuncian a la plaza en favor de la corona, por ser sus gastos demasiado elevados. Es entonces, bajo el gobierno local de Venegas, alcaide y embajador del Rey Prudente, que suceden los hechos extraordinarios del fallido asalto de los morabitos, recogidos por uno de los maestros del Siglo de Oro, Juan Ruíz de Alarcón en la obra La Manganilla de Melilla.
– Pimienta: Si al alcaide vas a hablar, tarde pienso que has venido. –Salomón: ¿Cómo?
– Pimienta: Habráse ya partido
a Melilla a rescatar
a su Alima.

Recias e indomables Murallas
Iglesia del Sagrado Corazón (Foto Marilo Marb)
A partir de ese momento y hasta entrado el siglo XIX la historia de Melilla se escribe con paños nuevos, almenas, sillares, torres y la restante ingeniería defensiva que fue componiendo y renovando las murallas de la ciudad. Los asaltos son a cuál más encarnizado. El más tenaz de todos ellos es el que capitanea Muley Ismail, que mantuvo la ciudad cercada cincuenta años a lo largo del siglo XVII. Entonces se emprende la gran reforma y ampliación defensiva. En 1716, el antiguo Hornabeque es convertido en un frente abaluartado inexpugnable, con los bastiones de San Pedro y San José Alto marcando el Segundo Recinto. La reforma del amurallado que guarda la Villa Vieja, es el siguiente paso; el gobernador Alonso Guevara Vasconcellos con la ayuda de Juan Martín Zermeño, son sus artífices. El resultado de aquella magna obra es una Melilla acotada por un primer recinto renacentista reforzado con un segundo y tercer recintos abaluartados. Pero la atalaya no remata hasta dos décadas más tarde, con la construcción del cuarto recinto y los fuertes Victoria Chica, Victoria Grande, San Carlos y Plataforma.
Cala Trapana (Foto José Carvajal López)
Documenta la historia, en sus escritos, la eficacia de la fortaleza, al rechazar el asedio en 1774, que enfrentó a la artillería cristiana contra el ejército, diez veces superior en número y en armamento dirigido por el sultán Muley Abdalah.
El tratado de Wad-Ras firmado en el año 1860, con el sultán de Marruecos, parece poner final a la larga historia de asedios sufridos por la ciudad, estableciendo las fronteras entre España y Marruecos. La soberanía española sobre Melilla, sin embargo, tendrá que superar nuevos escollos.

La Campaña De Melilla
Cuevas del Conventico
En 1902 Bou Hamara "El Rogui", desafía la autoridad del sultán Abdelaziz, formando su propio reino independiente en el nordeste marroquí. Cuenta con la fuerza de las cábilas rifeñas que quieren expulsar a España y a Francia del territorio. En esta inestable realidad política surgen de las entrañas de la tierra, muy cerca de Melilla, unos extraños minerales que resultan ser criaderos de plomo y hierro. Inmediatamente el gobierno español contacta con El Roghi, consiguiendo el permiso para su explotación en 1907. Las gentes del Rif interpretan la concesión como una traición de su líder y actúan por su cuenta. Los trabajos en la mina quedan momentáneamente paralizados. Hay demasiados intereses en juego. Los franceses, socios de los españoles en la aventura minera, amenazan con intervenir. Es así que España acomete la llamada campaña de Melilla.
Ensenada de los Galápagos
La movilización de reservistas para luchar en Marruecos motiva una inesperada reacción popular en la península que deriva en sangrienta revuelta, y que pasa a la historia con el nombre de Semana Trágica de Barcelona. En el Barranco del Lobo, a poca distancia de la ciudad de Melilla, las cosas tampoco marchan bien: la Brigada Mixta de Madrid sufre una terrible derrota en la que mueren entre 1.000 y 1.500 soldados. En Melilla desembarcan entonces 40.000 soldados que esperan hasta el mes de septiembre para actuar bajo las órdenes del general Darío Diez Vicario, tomando, finalmente, el monte Gurugú.
Reestablecido el orden en la zona, las compañías mineras se reparten la explotación del territorio. La Compañía Española de Minas del Rif, S.A. acapara los hierros de los montes Uixan y Axara, mientras que la Compañía del Norte Africano, se hace cargo del yacimiento del monte Afra. La nueva y repentina era industrial ejerce sobre la ciudad de Melilla efectos inmediatos. El cargadero de minerales se construye sobre terrenos ganados al mar, rellenado y explanado, desde el cerro de San Lorenzo, donde hoy se encuentra la plaza de toros. 

El desastre de AnuarE
Puerto Noray
El seglar anhelo español, tantas veces frenado por una u otra causa, de expandir la nación por el continente africano, resurge en 1919. El general Silvestre, encargado de la comandancia de Melilla, logra doblar el territorio en torno a la ciudad, lo que, una vez más, pone en pie a la población del Rif que en verano de 1921 asesta una ejemplar derrota en el puesto español de Annual. Diez mil soldados muertos y un retroceso de la línea fronteriza son el negativo balance de la política ofensiva que lleva al gobierno español a promover, siguiendo el modelo que el gobierno francés había aplicado ocho meses antes, un Protectorado Civil, fuertemente custodiado por efectivos del ejército. La propuesta se hace efectiva en el año 1927, tras el desembarco de Alhucemas en 1925 que supuso la victoria sobre Abd-el-Krim y la definitiva pacificación de la zona. El Protectorado duraría hasta 1956 en que Marruecos obtiene la independencia.
Foso de Hornabeque
Con la independencia marroquí, Melilla registra un descenso de la población. Buena parte de las tropas han regresado a la península, sin embargo, es en esos años cuando la ciudad inicia la construcción de su moderna infraestructura. Estación marítima, nueva red de distribución de aguas, paseo marítimo, finalización de las obras del aeropuerto (que supondrá la definitiva independencia de la infraestructura marroquí del aeropuerto de Tarima), e inauguración, cuatro años más tarde, en 1973, del Parador Nacional.

Murallas adentro, murallas afuera
El Parador mira desde lo alto. Ve Melilla La Vieja, ve Melilla la Nueva. A los pies de sus balcones se despliega un vasto panorama: una poblada masa de arbolado, en las inmediaciones del cerro, la ciudad, a continuación, armando su relieve hacia el continente, y el mar y la montaña, ocupando el último horizonte.
Capilla de Santiago
El parque Lobera es el inmejorable emplazamiento del Parador de Melilla, rodeado de jardines y piscina y con acceso privilegiado a la ciudad original, la más antigua, todavía encerrada en ciudadela.
En la vertiente oriental del cabo Tres Forcas, en su base cuando se abre hacia la albufera de la Mar Chica, se halla Melilla La Vieja con sus cuatro recintos amurallados. El Pueblo, que así también se la conoce entre los foráneos, es en realidad un conjunto de cuatro ciudadelas unidas, en su tiempo antiguo por puentes levadizos. Para sacar buen provecho de semejante patrimonio, rico y muy complejo en historia, lo más indicado es ponerse en manos del guía.
El recorrido de la Vieja Melilla comienza con la visita a la exposición permanente, en la que, a través de proyecciones y maquetas, el viajero se adentra en la historia de la atalaya. A continuación se recorren los Aljibes, el segundo recinto, la Cueva del Conventico, en la muralla de la Cruz, donde se refugiaban los habitantes durante las guerras, el Museo Militar y el indispensable Museo Arqueológico, en la Torre de la Vela, una visita obligada inscrita en el Primer Recinto Histórico. Los fondos de este museo recorrieron diversos emplazamientos hasta conseguir ésta, su sede definitiva, reformada en fecha reciente para sacar mayor provecho de su valioso lote. Las colecciones se muestran en cinco secciones: Prehistoria, Numismática, Antigüedad Clásica, Edad Media y Edad Moderna y Contemporánea. Por su cuenta, sin abandonar la Vieja Melilla, el visitante tendrá ocasión de conocer la iglesia barroca de la Purísima, y algunos otros rincones memorables.
Teatro Kursaal
Hay otros templos cardinales en Melilla extramuros. Hay más de una decena de mezquitas, ocho iglesias, media docena de sinagogas y un templo hindú. Arquitectónicamente, el número de edificios destacables se reduce a tres: la sinagoga Or Zoruah o de Yamín Benarroch (en la calle López Moreno), obra del, pronto lo veremos, padre del modernismo melillense, Enrique Nieto, que inauguró esta sinagoga en el año 1924. La mezquita central (en la calle García Cabrelles), obra del mismo arquitecto realizada en 1945, con minarete y cúpula andalusí. Y el templo hindú (en la calle Castelar), único edificio de culto de la comunidad hindú de Melilla.
Lamentablemente es imposible ver los tres templos en un solo día, ya que, a excepción del hindú, la visita a la sinagoga (martes y jueves) y a la mezquita (domingos) está limitada.

Modernista y cosmopolita
Casa de los cristales
La nueva Melilla nace con la vieja todavía en pleno empleo de sus defensas. Al comienzo del siglo XX las metrópolis de trasiego, incluso las de un tamaño no exagerado, comienzan a hacer de sus cuestas y alamedas, avenidas y paseos. Una nueva geometría ilustrada que interviene tanto en la arquitectura de las construcciones como en el trazado urbano de los parques, los puertos y los nuevos barrios. El ensanche de Melilla cuajó después de dos intentos fallidos a finales del siglo XIX. Eusebio Redondo inició, en el centro de la ciudad, lo que sería el principio del Ensanche de Reina Victoria, actualmente conocido como Triángulo de Oro, deudor indudablemente del ensanche Cerdá de Barcelona que toma como modelo.
Las semejanzas con la capital del modernismo no terminan aquí. El ensanche recién inaugurado atrae la inversión. Se levantan casi mil modernas construcciones asimilables, todas ellas, a los distintos estilos entonces en boga (racionalismo, eclecticismo, art decó, historicismo) comúnmente aglutinadas en lo que se dio en llamar modernismo.
Plaza de las Culturas
El forastero que por primera vez visita Melilla se ve sorprendido por el desarrollo fabuloso del modernismo en esta ciudad. Si hemos de poner nombre y atribuir parte de tal mérito arquitectónico, sin duda hemos de referirnos al barcelonés Enrique Nieto. Importador de los modelos europeos en un principio, Nieto despliega a lo largo de las cuatro décadas que trabaja en Melilla diversos estilos, rebosantes todos ellos de creatividad, en los que abunda la decoración floral.
Las calles, las casas, hablan por si mismas. El viajero interesado en ver la mÁs destacada arquitectura de aquellos albores del siglo XX tiene múltiples rutas y estrategias, la que sugerimos aquí es solo una de las posibles por la segunda ciudad de España en patrimonio modernista.
Palacio de la Asamblea (Ayuntamiento)
Sitúese el visitante en la plaza de España que es también perfecto lugar desde donde abordar la ciudad de hoy, cualquiera que sean las intenciones: comprar, tomar café, ir al mercado... 
Desde la plaza, hacia el interior, discurre un triángulo perfecto que los jardines del Parque Hernández y el diagrama en fuga de calles, abren en abanico.
Habremos reparado, en la misma plaza de España, en las grandes construcciones del ayuntamiento y del Casino Militar, marchando de frente por la avenida del Rey Juan Carlos I, a izquierda del Casino y derecha del parque, enseguida encontramos, en el número 1, el más ostentoso de los edificios proyectados por Nieto, junto al nuevo barroco del vecino firmado por Guerrero Stracham. Para llevar a cabo la gran obra del Avenida, Nieto tomó como referencia los modelos más catalanistas del Art Nouveau, muy especialmente, los trabajos del maestro Doménech y Montaner. Al otro lado de la calle, en el número 2, otro interesante edificio, que debemos a Manuel Rivera Vera, ejemplo del modernismo geométrico, en el que destaca la torre cupulada del chaflán.
Plaza España
Avanzando por la avenida, a la altura de la calle Cervantes que cruza, una pareja de edificios de Eusebio Redondo casi simétricos, hermoso marco de las murallas, al fondo. En los números 11 y 9 Enrique Nieto vuelve a dar muestras de su talento con un estimable ejemplo artdecó de 1936, y el antiguo Economato Militar, construido dos décadas antes, tenido por uno de los templos del modernismo melillense, con abundante decoración floral recorriendo una fachada protagonizada por series de balconadas ondulantes. En los números 18 y 20, edificio clasicista de Eusebio Redondo.
A izquierda de la avenida, puede desviarse el visitante por las calles perpendiculares de Rosa Chacel o su consecutiva General Pareja. Finalmente, junto a la esquina del Parque, por Castillejos, hay un conjunto notable de edificios militares eclécticos.

De zocos y mercadillos
Puestos de mercado en el Ánfora
En esa dirección, hacia el sur, el caminante encuentra entre otras cosas, la Plaza de Toros, (con el palacio de Congresos, algunas calles hacia el oeste, orgullo metropolitano construido en 1997), el mercado del buen acuerdo, la barriada de Concepción, el río...
El otro enorme atractivo de Melilla es el precio, considerablemente más económico que en la península en multitud de artículos. Los precios, en este territorio franco donde no se cobran aranceles ni se paga IVA, interesan sobre todo en artículos electrónicos.
De Melilla tienen fama sus artículos de plata, oro y su joyería en general. Mezcladas con las boutiques, las tiendas de firmas internacionales, hay tiendas artesanas, marroquinerías, comercios musulmanes, hebreos, indios... Si, a pesar de todo, el viajero anhela la mercadería callejera, podrá satisfacer sus ansias de exotismo recorriendo el Mercadillo, instalado en su nueva ubicación en el Polígono del SEPES, repleto de puestos y el inmortal encanto del zoco marroquí. Entre los souvenir allí expuestos: alfombras, babuchas, vajilla, perfumes, el tafetán acaso sea uno de los artículos más atractivo, un vestido Árabe oriental, que fue asimilado por los amazigh "bereberes": lo extendieron por todo Marruecos y que todas las mujeres lo visten ya sean ciudadanas o campesinas.
Explanada de San Lorenzo
Hay más cosas que ver y actividades posibles a realizar en Melilla. Si al viajero le quedan fuerzas, o piensa prolongar su estancia, sepa que la ciudad dispone de un importante puerto desde 1911, en pleno proceso de modernización, con un nutrido servicio de ferrys, muchos kilómetros de playa, el archipiélago de Chafarinas, la ensenada de los Galápagos, de alto valor paisajístico y el enorme valor patrimonial de un lugar declarado bien de interés Cultural.

Aventurarse por montañas y desierto
Al fondo el Gurugú
Hay muchas excursiones muy interesantes desde Melilla pero todas ellas a una distancia considerable. Hasta Melilla llegan viajeros de las más variadas estirpes, aventureros, submarinistas, amantes del cuatro por cuatro, senderistas, europeos, americanos, nostálgicos de los ambientes del Protectorado, artistas... para todos ellos hay viajes organizados o infraestructuras que facilitan rutas independientes.
Una excursión abordable, aventurada pero sin riesgos, con salida y retorno desde y a Melilla es la que recorre el Parque Natural del Monte Gurugú. Allí, además de los encantos geográficos de su accidentado relieve, hay ruinas romanas y una colonia de monos, los berberiscos que ya se mencionaban en la Biblia, aunque a ellos se refirieran las escrituras como simios.
Mayor osadía exige la contemplación directa del desierto. Hay distintas formas de acceder a él, ya sea en tour organizado, o en vehículo particular o alquilado. Oasis, dunas, y palmeras con nombre propio bajo el gran sol y la gran luna. Para cualquiera de las alternativas, lo mejor es dirigirse a la primera oficina de turismo marroquí, cruzada la frontera. Allí obtendrá información indispensable. 

Nador y Fez
Cargadero de mineral
Nador es la población más cercana a Melilla, a solo 12 kilómetros. Con más de 130.000 habitantes, esta ciudad costera se escuda del mar Mediterráneo tras un mar encerrado en un istmo al que llaman Mar Chica. Se trata de una ciudad levantada por españoles, cuyo estilo andaluz es manifiesto en su arquitectura. Su proximidad a Melilla hace de Nadur lugar predilecto de los cientos de melillenses que recorren a diario los puestos de lo que ellos llaman el Corte Moro, un mercado digno de visitarse.
Una incursión más interesante y rica, por la cultura del vecino Marruecos, nos llevaría hasta Fez, a unos 350 kilómetros de Melilla, por carretera. Desde Nador es posible realizar el viaje en autobús.
Museo de las Peñuelas
La carretera se interna por el Rif oriental. A mitad de camino a Fez merece la pena hacer una parada en Alhucemas. Su fundación española es inconfundible. Al igual que Nador, Alhucemas creció en época del Protectorado. Es también una ciudad grande, aunque bastante menor que Nador. Su litoral posee vistas de cruda belleza rocosa frente al mar.
Así llegamos a Fez. Fundada en el siglo IX por Idris II, esta metrópolis que ronda el millón de habitantes, ostenta el título de ser propietaria de la medina más antigua de Marruecos y una de las mayores de todo el Magreb. El recién llegado enseguida advierte acusados contrastes, y es que es Fez, en realidad tres ciudades: la contemporánea, fundada por los franceses en 1920, Fez el Bali, apabullante laberinto medieval de calles y Fez el Jedid, una ampliación de la ciudad antigua, realizada bajo la dinastía de los Benimerines, en el siglo XIII. En Fez el Bali conviven, como hace siglos, los distintos gremios en sus respectivos barrios: sastres, alfareros, forjadores y, por supuesto, los curtidores. Junto con los de Tetúan, los curtidores de Fez son los únicos del país que realizan curtido y tintado del cuero según las viejas tradiciones.

Entrando al Plato
Fritura de pescado
La gastronomía melillense lleva a su fogón las raíces de su recetario andalusí, la diversidad de la cocina internacional y,  claro, las nativas maneras marroquíes. Un poco de todo ello se degusta en el restaurante de El Parador, donde, además del Cuscús y las Ensaladas de Hortalizas, deben probarse la Sopa de Verduras y Carne y los Dátiles Rellenos.
En Melilla, como en la practica totalidad de España, gusta mucho, antes de sentarse a la mesa, tapear. La ciudad ofrece tres rutas por donde ir alternando aperitivos: por el paseo marítimo, por el centro y par el barrio del Real. Allí hay para elegir, marisco, pescadito, pinchos melillenses...
Entrando al plato, de primero: Verdura (la de Melilla vienen a buscarla desde la península), Espárragos, Alcachofas, Tomates, Judías Verdes... arreglados de forma muy semejante a como se hace en Andalucía, en Levante y en Murcia, es decir, agasajando las verduras crudas, apenas braseándolos o en maravillosos caldos. Dadas las temperaturas, casi en cualquier época del año, puede comenzarse el festín con un ligero ajo blanco.
Pinchitos morunos
De segundo, sería ominoso no catar, en alguna de sus formas, el Pescado Mediterráneo o el Marisco. Sugerimos una Cazuela de Rape, o, si lo prefiere, una Fritura Variada. El pastel no tiene desperdicio. Algunos cocineros marroquíes hasta hacen Pinchitos de Pescado Blanco, con Guindilla Molida, Perejil, Ajo y Comino.
De la tradición hebrea, la Chuchuca y la Carne Encebollada son dos excelentes opciones. Y para que no falte el rasgo hindú, acabemos degustando la fresca fruta de esta tierra en una típica Raita con Yogur.
La comida no debe darse por terminada sin tomarse un Té Verde con Hierbabuena, acompañado de algún Dulce Marroquí rico en almendras. El que además lleva Hojas de Bastela y Agua de Azahar es una delicia irresistible.

Té moruno con dulces
LA RECETA SECRETA
PESCADO COCHO AL CILANTRO
Ingredientes: 1 Kg. de mero, 2 tomates, 1 pimiento picante, media cabeza de ajo, un ramillete de hojas de cilantro, sal, aceite y pimentón.

Preparación: Una vez limpio de piel y espinas, cortamos el mero en dados no demasiado menudos. Espolvoreamos el pimentón y salamos. Seguidamente se echa el picado de ajos y cilantro. Es importante no prescindir de esta prodigiosa hierba usada desde China a América y conocida también como perejil mejicano, su aroma es la clave de este plato. En una cazuela vamos friendo los tomates y los pimientos, ya cortados y lavados. A continuación se incorpora el pescado que dejamos cocer añadiéndole agua hasta casi cubrirlo. El plato estará listo cuando haya reducido.

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